viernes, 6 de enero de 2012

Vasa escaria, la vajilla de la domus en la antigua Roma


Tesoro de Berthouville, Museo Getty, Los Ángeles, USA

Vasa escaria es el nombre que se da al conjunto de recipientes y utensilios utilizados por los romanos en su mesa a la hora de comer. Formaba parte del ajuar familiar y representaba una de las posesiones más preciadas de la familia. 

“(Me gusta) la pesada plata de mi rústico padre sin el nombre del artífice.” (Seneca)

Durante los primeros tiempos, la vajilla romana de mesa se distingue por la sencillez propia de un pueblo campesino, utilizándose sobre todo la madera y cerámica.  Las vasijas de cerámica, al fabricarse en todo el Imperio y ser accesibles a todas las clases sociales, no faltaron en ninguna mesa romana y aunque en los hogares más humildes se utilizaban producciones sencillas y corrientes, en los más prósperos, eran habituales las cerámicas finas.




“¡Sedme propicios, dioses, y no despreciéis las ofrendas de una mesa pobre ni de unas sencillas vasijas de barro! En otro tiempo, el antiguo campesino hizo para sí los vasos de barro y los modelos de blanda arcilla.” (Tibulo, Elegías, I, 1)

Pero a lo largo del siglo II a. C. las influencias helenísticas y orientales enriquecen y transforman las costumbres culinarias romanas y los hábitos de la mesa, lo que implica el uso de una gran variedad de utensilios y recipientes, muchos de ellos heredados del mundo etrusco y griego, incrementándose así el número de piezas de la vajilla, con nuevas formas y materiales.

Coincidiendo con las diversas fases de la conquista y de la romanización del Mediterráneo central y occidental, y paralelamente a la pérdida de la fuerza de la colonización griega, aparecen las cerámicas campaniense o de barniz negro, que abarcan la edad helenística y republicana hasta época augustea.





Derivan muy directamente de las cerámicas griegas y sus imitaciones itálicas, manteniendo el barniz negro típico de aquellas producciones.
La producción de cerámica de paredes finas se inicia en el siglo II a.C., llegando hasta el siglo II d.C.






Bajo el gobierno de Augusto habrá un cambio definitivo en las cerámicas de lujo, apareciendo la primera familia de las cerámicas sigillatas, la aretina.


"La vajilla aretina no la desprecies demasiado, te lo aconsejo. Un exquisito era Pórsena con sus cacharros etruscos." (Marcial, Epigramas, XIV, 98)




La cerámica de terra sigillata se denominaba así debido a los sellos que se imprimían en ella con el nombre del fabricante y caracterizada por su brillante color rojo coral y con refinados diseños y decoración lisa o en relieve.

Hacia los años 30-40 a.C. comienza a fabricarse la primera cerámica sigillata en Arezzo. La producción es doble, con formas lisas y formas decoradas logradas a molde, con estilo y temas típicos del arte oficial de la época de Augusto. Toda la producción se encuentra sellada con las marcas de los talleres, alfareros y decoradores.


Hacia el año 20 d.C. comienzan su producción los talleres de sigillata sudgálica, de gran calidad, en la que se observa una evidente evolución e industrialización de la producción aretina a la que imitan.






La península Ibérica recibe en gran escala estos productos, más baratos que los itálicos por su menor coste de transporte. A partir del año 50 d.C. se hace corriente la producción de sigillata hispánica. Se conocen los talleres del Valle del Ebro, de la Bética, o de Mérida.





A finales del siglo I comienza la última familia de las cerámicas de lujo imperiales llamada sigillata clara y que va a extenderse hasta el siglo VI d.C. A partir de fines del siglo I d.C., comienza a destacar la denominada sigillata africana procedente de talleres norteafricanos, que con gran variedad de formas, tipos y técnicas productivas llega a dominar en todos los mercados, perdurando hasta el final de la antigüedad clásica.



La producción de costosas vajillas de cerámica se extendió y su precio podía ser tan alto como las de metales preciosos:

 “La ciudad de Tralles, en Asia y Mutina en Italia tienen sus respectivas fábricas de cerámica y son famosas por ello; sus producciones, con la ayuda del torno se llevan por tierra y mar a cualquier parte del mundo… Vitelio, cuando era emperador, mandó hacer una fuente que costó un millón de sestercios, y para cuya fabricación hubo de erigirse un horno en el campo. Se llegó a tal exceso de lujo como para vender la cerámica a un precio superior que el de los vasos de murrina." (Plinio, Historia Natural, XXXV, 46)

La producción de piezas en serie convirtió al vidrio en un producto práctico y utilitario que fue utilizado por todas las clases sociales. En cuanto al diseño se imitaban los modelos existentes en plata y bronce. La ligereza, transparencia y elegancia de los vasos de vidrio, contribuyeron al incremento de su uso en las cenas romanas.
A mediados del siglo I a.C. Roma ya dominaba Egipto y una parte considerable de las costas del Mediterráneo oriental, lo que supuso que muchos artesanos vidrieros se asentaran en Roma desde el siglo I a. C., los cuales introdujeron nuevos procedimientos para la fabricación de recipientes de vidrio. Los vidrieros procedentes de Alejandría introdujeron procedimientos como el tallado, el pulido o las técnicas mille fiori.




Aquellos procedentes de colonias como Sidón y otros enclaves orientales aportaron la técnica del vidrio soplado. Con la profusión de talleres y la producción de piezas en serie, el vidrio perdió su carácter suntuario adquiriendo un gran valor práctico y utilitario hasta el punto de convertirse en un producto de consumo que se extendió a todas las clases sociales. Los artesanos romanos estaban divididos en vitrearii que trabajaban el vidrio por soplado y moldeado, y los diatretarii, que se especializaban en corte, tallado y pulido.




Entre las primeras cristalerías que aparecieron en lugares romanos están los platos y copas de mosaico de finales del siglo I. d. C. A pesar del laborioso proceso en su realización, los recipientes de mosaico de la era de Augusto realizados con mezcla de ámbar y vidrio blanco y que imitaban los caros modelos tallados en piedras como el ónice y el ágata, fueron muy populares entre la clase media y ensombrecieron la importancia que el vidrio soplado iba a tener.


La innovación de la técnica del soplado en la fabricación del vidrio permitió crear formas gráciles inspiradas generalmente en prototipos metálicos, acercando estas costosas piezas a las clases populares. Por otra parte, la ligereza, transparencia y elegancia de los recipientes de vidrio, contribuyeron a su gradual incremento en la mesa romana:

“Las frutas nadando en cristal, parecen más bellas de lo que son.” (Séneca, Cuestiones Naturales, I. 6)


El color de las vajillas de vidrio fue también innovador, siendo el verde esmeralda y el azul pavo real los más comunes, seguidos por el azul oscuro y el azul aguamarina.

"Me gustaría mostrar a Posidonius un cristalero, que con su aliento moldea el cristal de formas diferentes, que apenas podría ser tallado por las manos más hábiles.” (Séneca, Cartas a Lucilio, XC, 31)


Las clases altas hacían gala de su riqueza utilizando durante los banquetes vajillas de lujo, sobre todo, de plata, para resaltar su posición social y provocar la admiración de sus invitados. 

“En el reino de Claudio, uno de sus siervos, Drusilo Rotundo, que era tesorero en la provincia de España, tenía una fuente de 500 libras de peso, que necesitó una fábrica para hacerlo, y había otras ocho que pertenecían al mismo set, que llegaban a pesar 250 libras de peso. ¿Nos preguntamos, ¿cuántos esclavos se necesitarían para llevarlos y a cuántos invitados entretendría?" (Plinio, Historia Natural, XXXIII, 53)




Los nuevos ricos, como Trimalción en su extravagante banquete, se dedican a elogiar sus vajillas y el alto valor de la plata de la que están hechas, además de hacerse inscribir su nombre en las piezas que la forman.

“En una fuente, destinada a los entremeses, había un asno esculpido en bronce de Corinto, con una albarda que contenía de un lado olivas verdes y de otro, negras. En el lomo del animal dos pequeños platos de plata tenían grabados; en el uno, el nombre de Trimalción, y en el otro, el peso del metal.” (Petronio, Satyricon, 31)


La vajilla de plata, argentum, se heredaba y además de su valor sentimental servía como inversión por su alto precio, por lo que su pérdida conllevaba una gran desgracia para su dueño. 

Juvenal escribe sobre un casi naufragio en el que un tal Catulo debe desprenderse de su vajilla de plata para salvar la vida:

“Desparramad todas mis pertenencias, decía Catulo, queriendo arrojar incluso las más valiosas …Y no dudaba él a la hora de tirar la plata (argentum), bandejas (lances) hechas para Partenio, una jarra (cratera) con una arroba de capacidad, …añade jofainas (bascaudas) y mil platillos (escaria), mucha obra de orfebrería (caelati), donde había bebido el artero comprador de Olinto." (Sátira XII)



El tesoro Mildenhall, Museo Británico, Londres

A veces la austeridad se imponía y se prefería la cerámica a la plata como en el caso del cónsul Catón Elio, que cita Plinio:

“Lo mismo con el ejemplo del cónsul Catón Elio, quien después de recibir a los embajadores etolios tomando su desayuno en cerámica común (fictile), rehusó aceptar las vasijas de plata (vasa argentea) que le enviaron; e, incluso, no tuvo nunca nada de plata, excepto dos copas que le regalo su suegro, L. Paulo, como reconocimiento de su valor en la conquista del rey Perseo.” (Plinio, Historia Natural, XXXIII, 50)


A diferencia de lo que sucedía en Grecia, donde los alimentos estaban ya servidos en las mesas cuando los esclavos las colocaban, la costumbre romana era utilizar un pequeño mueble llamado repositorium, que consistía en una caja de madera, redonda o cuadrada, y a veces hecha de varias maderas y con lujosos adornos:

“Fenestella, que murió al final del reino de Tiberio, nos dice que en ese periodo el repositorium, adornado con concha de tortuga, se había puesto de moda; sin embargo, un poco antes se hacían de madera sólida, en forma redonda, y no mucho más grandes que nuestras mesas. Dice, por otra parte, que cuando era niño, se había empezado a hacer los repositorios cuadrados, y de diferentes piezas de madera, incluso de arce o citrus; y, que posteriormente, se introdujo la moda de adornar las esquinas y las juntas con plata.” (Plinio, Historia Natural, XXXIII, 52)


Mosaico de Cartago, Túnez. Museo del Louvre, París

Esta se dividía en pisos, unos encima de otros, y cada uno con una bandeja separada para los platos. Los esclavos colocarían el repositorium vacío en una mesa grande y traerían desde la cocina cada servicio de comida (ferculum) para depositarlo en las bandejas.

“No bien hubo dicho estas palabras aparecieron cuatro bailarines, quienes al son de la música retiraron la tapa superior del repositorio. Esto nos permitió ver debajo, es decir, en otro plato, pollos sabrosos y ubres de cerda, y en el centro una liebre, adornada con alas para que se pareciese a Pegaso.” (Petronio, Satyricon, 36)


Por tanto, la utilidad de la mesa grande era sostener el repositorio; la de las pequeñas que los comensales pudieran dejar en ellas sus platos y vasos para tomar a voluntad los manjares del repositorio, sin la ayuda del esclavo. Hasta que no se terminaba la comida en el repositorio no se traía más de la cocina.

“No se te presentarán las viandas en mesas adornadas de pedrería ni la púrpura de Asiría cubrirá tu sigma. Tampoco desenfundaré piezas de una plata ennegrecida sacándolas a través de múltiples cajones de un aparador resplandeciente; ni se te presentará aquí una copa cuyos lados cincelados estén recogidos por un retorcido fuste de oro rojizo.
Mi vajilla es mediocre y no ha sido elaborada de manera que un grado sumo de arte pueda suplir la pobreza de la materia. La mesa rústica de tu amigo galo no acogerá los panes que suelen dorarse en la Sirte líbica.” (Sidonio Apolinar, Poemas, 67)


La tradición hacía que toda familia poseyera algo de plata, como un salero (salinum) y una patera o patella, derivada del griego phiala, que se usaba para el vino y ofrendas de alimentos. 

“Con poco vive el que en su mesa reluce el salero paterno.” (Horacio, Odas, II, 16).

También se disponía de costosos recipientes para especias, como la pimienta y de botellitas o recipientes para servir el aceite y el vinagre.

Pimentero, Tesoro de Hoxne, Museo Británico, Londres

Acetabulum parece ser la palabra que designa el recipiente que puesto sobre la mesa recogía el vinagre en el que se mojaban las carnes, verduras y pescados servidos en el banquete. Su forma era similar a la de la patella, más ancho por arriba y con un reborde grueso.

De la hermosa decoración y del lujoso material que se empleaba en las diferentes piezas de una vajilla queda un magnífico ejemplo en este epigrama de Marcial:

“El trabajo de quién es la escudilla (phiala)? “El del maestro Mis o el de Mirón? ¿Es ésta la mano de Méntor o la tuya, Policleto? No pierde su color oscurecida por humareda ninguna y no teme su cuerpo central a las llamas que lo recorren. Menos reluce el auténtico ámbar que su amarillo metal y su feliz aleación de plata supera al níveo marfil. El trabajo no desdice del material: así cierra su disco la luna llena cuando brilla con toda su luz. Hay un macho cabrío cubierto con el vellocino eolio del tebano Frixo…” (Epigramas, VIII, 50)





Había una extensa gama de platos de presentación empleados según la necesidad, fuentes lisas u hondas, con bordes o sin ellos para sujetar los alimentos y salsas. Paropsis es una bandeja con el borde levantado, indicada para carnes y pescados en su salsa. Scutella es un plato liso, mazonomun, un plato grande y lanx es una fuente para servir que podía ser de diferentes formas y debía tener un tamaño lo suficientemente grande para traer pescados y mariscos bien presentados a la mesa y un borde que impidiera que se derramase la salsa que los acompañaba..

“Así llena Cecilio sus perolas (gabata) y sus bandejas (paropsis), sus lisas escudillas (scutella) y sus fuentes hondas (lanx). A esto lo llama magnificencia, esto lo considera elegante: servir tantos platos (ferculum) por un solo as.” (Marcial, Epigramas, XI, 31)



Existían platos o bandejas especiales para determinados alimentos. Como la destinada a servir los boletus (boletaria).

“Aunque los boletos me hayan dado tan glorioso nombre, estoy al servicio, ¡ay qué vergüenza!, de las coles de primavera.”


Había cuencos hondos, como el catinus o catillus, tazas como el tryblium o la gabata. Los potajes y sopas se servían en estos platos:

“Resulta que yo he sido el primero en servir en platos limpios esta uva con manzanas, así como allec y pimienta blanca y salsa gorda molidas.” (Horacio, Sátiras, II, 4)





La patina es el plato en el que se cocinaba y luego se servía la comida en la mesa. No era tan plano como la patera, ni tan honda como una olla: 

“Se trajo anguila servida en una fuente (patina) nadando entre quisquillas." (Horacio, Sátiras, II, 8)

Quizás el ejemplo literario más conocido de una patina sea el famoso “Escudo de Minerva” de Vitelio, citado por Suetonio:

“El más famoso (banquete) fue la cena que le dio su hermano el día de su entrada en Roma; se dice, en efecto, que sirvieron en ella dos mil peces de los más exquisitos y siete mil aves. Su hermano colmó aquel día su esplendidez con la inauguración de un plato (patina) de enormes dimensiones, al que llamaba fastuosamente “Escudo de Minerva Protectora”. (Suetonio, Vida de Vitelio, XII)





Platos de oro, plata y bronce se fabricaban en formas diversas como de pez, flores y sobre todo conchas, aunque los había redondos con el borde decorado con dibujos en relieve:

“En los bordes de la pila se colocan las bandejas con las entradas y los platos más consistentes, mientras que los platos más ligeros pasan de unos comensales a otros flotando en el agua sobre figuras que representan pequeñas naves y aves de todo tipo.” (Plinio, Epístolas, V, 6)












         



Vasa caelata son costosos platos de plata con adornos de oro que podían arrancarse y ponerse como decoración en otros:

“Y gusta más la fruta arrancada de la rama que la del plato tallado (caelata lance)” (Ovidio, Pónticas, III, 5, 20)

Este tipo de platos debían ser muy apreciados y deseados por su exquisita decoración, como demuestra el siguiente extracto del caso de Cicerón contra Verres, durante su gobierno en Sicilia:

“Hay un hombre llamado Cneo, Pompeyo Philo, nativo de Tindaris; ofreció a Verres una cena en su villa en el campo, cerca de esta ciudad; hizo lo que ningún otro siciliano se atrevía a hacer, pero al ser ciudadano de Roma, pensó que podía hacerlo con impunidad, le presentó un plato en el que había unas figuras extraordinariamente bellas. Verres, en cuanto lo vio decidió robar a la mesa de su anfitrión el recuerdo de sus Penates y los dioses de la hospitalidad. Pero, debido a su gran moderación, ya mencionada, él le devolvió la plata tras arrancar las figuras, ¡así se ve su falta de avaricia! (Cicerón, Contra Verres, IV, 22)






Chrysendeta son los recipientes de plata que llevan figuras en oro grabadas o en relieve.

“No poseamos vajilla de plata en la que se haya incrustado el cincelado de oro macizo, pero no pensemos que es indicio de frugalidad vernos privados de oro y plata.” (Séneca, Cartas, I, 5)





En el periodo bajo imperial (siglos III-IV d.C.), las grandes dimensiones de los platos y escudillas responden a una transformación de los hábitos en la mesa, menos individuales y más colectivos, es decir, los comensales, en vez de utilizar un plato individual, comen de un recipiente común más amplio. Surgen entonces nuevos diseños como el discus, plato redondo de grandes dimensiones.


Plato de Baco, Tesoro de Mildenhall, Museo Británico, Londres


Los platos para servir eran símbolo de clase y podían alquilarse cuando se necesitaban:

“Siempre le ponen platos damasquinados a Calpetano, ya coma fuera ya en su casa de la ciudad. Así cena también siempre en el albergue; así, en el campo. ¿No tiene, entonces, otra vajilla? Ni mucho menos, no tiene vajilla suya.”  (Marcial, Epigramas, VI, 94). 

Las clases más altas del Imperio Romano dispusieron ya de complejas vajillas con múltiples tipos de cucharas destinadas a alimentos muy específicos. La cuchara pequeña y puntiaguda o coclear, que se empleaba para vaciar y recoger huevos, mariscos y caracoles; la ligula, algo mayor, usada para tomar sopas y purés; y la trulla, especie de cazo, con capacidad de un decilitro, que tenía como función trasvasar líquidos.



En el Imperio Romano de Oriente e Imperio Bizantino, cuya existencia se prolongó hasta el final de la Edad Media, apenas evolucionó el diseño de la cuchara y se continuaron empleando los mismos modelos que en la Roma clásica. Si bien, como ocurría en esta última, las mesas de las personas de clase baja habían de conformarse con una escudilla de madera o barro, que se llevaban a los labios para beber, o de la que los comensales tomaban el alimento con las manos. Las cucharas más valiosas, como las de plata, llevaban adornos labrados con formas zoomorfas o inscripciones.



Aunque en las mesas romanas era habitual traer los alimentos desmenuzados y comerlos con las manos, se utilizaba el tenedor para servir la comida y el cuchillo era una posesión muy valiosa que los convidados podían traer de sus casas para cortar los alimentos. Para los mangos se utilizaban distintos materiales:

“Es más, hasta los mangos de mis cuchillos son de hueso.” (Juvenal, Sátiras, XI, 133)


El mismo Marcial enumera varios objetos utilizados en la mesa romana cuando nos cuenta los regalos recibidos cada año por las fiestas, que han sido menos valiosos año tras año:

“El sexto año llegamos a una escudilla (scutula) de ocho onzas. Después de este se me dio raspando la media libra en forma de jícara para medir (cotyla). El octavo envió una cucharilla (ligula) de un sexto. El noveno trajo apenas un sacacaracoles (cocleare) más ligero que una aguja."

Con la llegada del cristianismo muchos autores criticaron el exceso de lujo y el empleo de oro y plata en los enseres domésticos, y, a pesar de que muchos seguidores se deshicieron de sus costosas pertenencias y algunos las repartieron entre los más pobres, no pudieron impedir que la ostentación y el gasto en vajillas y banquetes desapareciesen.

“Las fuentes, las salseras, las poncheras, los platos y demás enseres de oro y de plata, que sirven tanto para comer, como para otros usos que me avergüenza decir; … artículos todos que denotan un lujo de mal gusto; preponderancia que conlleva envidia y molicie. Pues bien, todo eso hay que desecharlo, como si careciera del más mínimo valor.” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo, II, 3)



Tesoro de Moregine, Pompeya

Los textos literarios escritos tras la caída de Roma nos dejan evidencias de los recipientes que seguían usándose en las mesas del Imperio romano:

“Un hinchado cuenco de plata (gabata) recoge los dones de carne donde la verdura nada en un grasiento caldo.
Un plato de mármol (discus) trae lo que nace en el huerto, cuyo sabor a miel fluye en mi boca.
¡Una bandeja de vidrio (scutella) cargada de pollos, sin plumas, con tanto peso!
Frutas llegan en cestos pintados, y su dulce olor me llena.”
(Venancio Fortunato, Poemas)










Bibliografía:

http://www.penn.museum/sites/expedition/scutella-patella-paterna-patina/; Scutella, Patella, Paterna, Patina. A Study of Roman Dinnerware; Kenneth D. Matthews
http://www.man.es/man/dms/man/actividades/pieza-del-mes/historico/2005-ajuar-de-cocina-y-ajuar-de-mesa-la-alimentacion/7-Octubre/MAN-Pieza-mes-2005-10-Taza-romana.pdf; Taza romana, Mª Ángeles Sánchez
Pompeii, The History, Life and Art of the Buried City, Marisa Ranieri Panetta (ed.)
Los Romanos, Su Vida y Costumbres, E. Ghul, W. Koner, Edimat libros.
http://www.ceramologia.org/gestion/archivos/109ponen.pdf; Recipientes cerámicos para aceite y vino en la Antigüedad. Arqueología e Iconografía; José Pérez Ballester
https://www.metmuseum.org/pubs/bulletins/1/pdf/3257460.pdf.bannered.pdf; The Significance of Roman Glass, Ray Winfield Smith